Vacaciones y Victoria se escriben con V
A mediados de junio ya teníamos decidías nuestras vacaciones. Queríamos pasar un par de semanas relajadas, lejos de agobios, sin obligaciones, rodeados de desconocidos. Ya casi estaba hecho. Hotel de cuatro estrellas, cerca de la playa, barras de bar al borde de la piscina… y sobre todo, buen precio. Solo teníamos una duda. Media pensión o completa. Gonzalo quería pensión completa, yo no. No me apetecía tener que madrugar para poder llegar al buffet del desayuno, o desayunar una ración de paella.
Quería olvidar el reloj, el móvil, el ordenador, normas, horarios, quejas... Solo disfrutar de días de sol, siestas, paseos y tardes sobre la arena en alguna cala solitaria.
El sábado salimos a tomar algo, y por casualidad nos encontramos con Nico y su pareja. Gonzalo y él se conocían desde niños. Nico era muy tímido, con rasgos infantiles y trato fácil, a ella, Victoria, no la conocíamos. Llevaban juntos poco tiempo. Nos sentamos con ellos. Hablamos de todo un poco, música, trabajo, vacaciones. Les contamos que en un par de semanas nos íbamos a Ibiza, que llevaríamos el coche para movernos por la isla, que el hotel parecía estupendo barato… y sin saber cómo. Al final de la noche, casi de día, acordamos irnos los cuatro juntos.
El lunes quedamos en la agencia contratamos el billete del ferry, el hotel, ― pensión completa―, y en un par de semanas Ibiza sería nuestra.
A las cuatro de la mañana del uno de julio, pasaríamos por su casa y enfilaríamos para Denia. Cuando llegamos, ya nos estaban esperando. Todo normal, besos, risas y un puñado de kilómetros por delante.
Los primeros kilómetros de viaje fueron agradables, música cañera, risas e historias tontas. Teníamos toda la autopista para nosotros, y lo más importante, todas las vacaciones.
Después de hacer una parada, Victoria se quedó dormida y los demás susurramos al compás de la música, ahora mucho más suave.
Cuando llegamos al hotel eran casi a la una, estábamos cansados pero brillaba el sol, olía a sal y estábamos de vacaciones.
En la agencia no nos habían engañado, el hotel estaba estupendo y desde la habitación podíamos ver el mar.
Comimos y después de una estupenda siesta, nos quedamos en la piscina del hotel y por la noche, tomamos una copa allí mismo. En el escenario la animadora se esforzaba por entretener a una jauría de teutones y teutonas, de la manera más disparatada. Ellos y ellas disfrutaban de forma estridente. A Victoria todo aquello le encantó, Nico no decía nada, y Gonzalo y yo estábamos espantados. Por nada del mundo volveríamos a desperdiciar una noche en aquella farsa. Al menos eso creíamos.
En la isla, los días pasaban mucho más deprisa. Los primeros días, no tuvimos ningún problema. Recorrimos la isla, nos perdimos varias veces, nos bañamos en calas solitarias… Hasta que una mañana Victoria muy enfadada, dijo que estaba harta de tanta excursión y tanto culo al aire. No sabíamos que hacer, pero no estábamos dispuestos a pasar las vacaciones en las instalaciones del hotel. Ese mismo día los dejamos en la piscina y nos fuimos, por fin solos. Ahora quizás podríamos descansar, pero por desgracia ese mismo día cuando regresábamos, el coche decidió pararse en medio de una carretera perdida. Tuvimos que llamar a la grúa. El seguro mandó un taxi y bien entrada la noche regresamos al hotel. ¡Menuda suerte!
Por la mañana nos confirmaron que no tardarían menos de tres días en arreglar la avería, si lo tenían antes, nos llamarían. No podíamos creerlo, ¡tres días! Sin coche y pendientes del teléfono, y lo peor es que sólo nos quedaban cinco días para volver. Desde luego las cosas no estaban saliendo como habíamos planeado.
Después de todo, tendríamos que pasar esos tres días en el hotel. Victoria y Nico estaban encantados, sobre todo Nico, otra vez los cuatro juntos. Ellos felices, yo no tanto. Desde ese mismo momento Victoria se empeñó en ser mi mejor amiga. No paraba de hablar, del trabajo, del coche, quizás un poco viejo, de los camareros, de la gente que nos rodeaba. No paraba de hablar, y lo peor de todo es que cuando hablaba, me acariciaba el brazo, el hombro, me colocaba las gafas…
Sabía de todo, hablaba a gritos como si quisiera que todos participaran de su sapiencia. Yo miraba a Gonzalo pidiendo auxilio en silencio, pero él parecía no escucharla. Esto me mortificaba más que la voz de Victoria.
Después de dos días llenos de playa y piscina, Victoria propuso un plan diferente. Cerca del hotel había un mini golf, sería divertido.
Yo no estaba tan segura, pero cualquier cosa sería mejor que pasar la tarde sentados en la terraza escuchando las historias de Victoria.
La verdad es que cuando llegamos al mini golf, quedé sorprendida. Esperaba encontrar moqueta verde, palos de plástico, y obstáculos de cartón piedra… Salvo los obstáculos, que sí eran de cartón piedra, el resto estaba genial. Las calles cubiertas de césped artificial, las pelotas originales, los palos, eran palos de golf auténticos. “Victoria, ―una experta― me dijo que eran del tipo pala, los que usan los principiantes”.
Para llegar a uno de los hoyos, tenías que atravesar un puente sobre un riachuelo con agua y peces de colores. Incluso había un bar donde poder tomar una copa. Aunque me resistía a reconocerlo, el sitio no estaba mal.
Vitoria propuso hacer una competición por parejas ― los que perdieran, pagarían ― Ni a Gonzalo ni a mi nos interesaba lo más mínimo llegar al hoyo 18 en los 44 golpes que marcaba la tarjetita que nos habían entregado, junto con un palo “de pala” y la pelota. Sólo pretendíamos pasar la tarde. Gonzalo se encogió de hombros.― De acuerdo ― Los dos sabíamos quién iba a pagar.
Los primeros hoyos no se nos dieron mal, pero, cuando Nico y Victoria estaban en el hoyo 15, nosotros aún no habíamos llegado al 10. Victoria, “como no”, empezó a ponerse nerviosa. Cada vez que me veía acercarme a la pelota, me daba instrucciones, gesticulaba, escenificaba el movimiento correcto, colocaba su palo para que yo la imitara. A mí me daba la risa y mandaba la pelota a la calle incorrecta. Desesperada, Victoria, se acercó a nosotros y con cara de resignación dijo.― Cambio de pareja, está claro que así no acabaremos nunca. Me quedo con Alba a ver si llegamos al nº 18 sin descalabrar a nadie ― Miré a Gonzalo esperando que se negara, pero él no dijo nada, frunció los labios dibujando un beso invisible y se marchó con Nico. En ese momento le hubiera matado. Victoria cogió las riendas de la partida y en unos cuanto golpes casi alcanzamos a los chicos. Apenas me dejaba acercarme a la pelota. Se lo estaba pasando en grande, hablaba, daba palmas cuando metía la pelota en el hoyo, no paraba de darme instrucciones, coge el palo más suave, no te acerque tanto a la pelota, flexiona las rodillas... Y después de tantas explicaciones quien golpeaba la bola era ella.
Cuando, por fin, llegamos, al hoyo 18, los chicos ya estaban en el bar y yo de los nervios. Con gesto triunfal, Victoria se preparó para dar el golpe definitivo, miraba la pelota, me miraba a mí, demasiado cerca, y no dejaba de hablar. De pronto sentí un golpe seco, vi como su boca se movía muda. Un zumbido intenso apago la música de fondo, el bar se difumino envuelto en celofán rojo y después silencio.
Un olor penetrante, mezcla de desinfectante y medicamento acompañado de voces lejanas, me despertó. Sentía el pelo pegajoso, me dolía la cabeza. Gonzalo a mi lado me miraba en silencio. Estábamos en la sala de urgencias. No tenía ni idea de cómo habíamos llegado hasta allí, pero por fin Victoria había desaparecido y con ella su incontinencia verbal.