Correr es de cobardes
Era el primer día de clase. Cuando Martina hizo la matricula, pensó que este sería el último y definitivo intento. Aprendería inglés, ahora lo necesitaba, si no lo hacía, no podría promocionar en la agencia de viajes donde trabajaba. Clases reducidas, profesores nativos aprendizaje garantizado. Eso ponía en el anuncio, aunque sinceramente Martina no estaba muy segura de que todo aquello fuera verdad. Sin embargo en algo no se equivocaba la propaganda. Las clases eran reducidas, en número de alumnos y en tamaño, ya que el aula parecía una despensa.
Seis alumnos en total, colocados en dos filas. Martina llego la última y se sentó en el único sitio que estaba vacío. Tuvo suerte su compañero era moreno, atlético, ojos negros y unos labios gruesos y sensuales que prometían besar de maravilla. Arturo se llamaba y desde esa primera clase compartieron banco. Martina, se imaginaba nadando en el mar junto a él, o dando largos paseos , pronto se dio cuenta que sentía lago especial y cada vez que sus miradas se cruzaban se le aceleraba el pulso, pero no era capaz de decirle nada.
Cada jueves, después de la clase solían tomar una cerveza, todo el grupo se marchaba de farra. Pero Arturo nunca les acompañaba, en cuanto acababa la clase desaparecía sin casi despedirse. Más de dos meses llevaban sentándose juntos y Martina no sabía cómo decirle lo que sentía por él. Hasta que “bendito temario” llegó el tema siete, aficiones y tiempo libre. Todos tenían que hacer una descripción de sus gustos y aficiones. Y por su puesto en ingles leerlo en voz alta al resto de la clase. De esta manera Martina descubrió que lo que más le gustaba a Arturo era hacer deporte y que los sábados, junto con unos amigos, acudían a la Casa de Campo, corrían, jugaban un partidillo y después comían juntos. Desde ese momento Martina supo lo que tenida que hacer.
Esa misma tarde se compró unas zapatillas, un chándal, llamo a sus amigas, y les propuso quedar el sábado en la Casa de Campo. Era un buen plan, algo diferente. Se tomarían algo en la terraza y con suerte verían a Arturo, el compañero del que tanto las había hablado.
No llevaban más de media hora cuando Martina le vio, iba con tres amigos, todos altos y atléticos. Todos menos uno que era más robusto y de aspecto desaliñado, Cuando Arturo la vio, no pareció alegrarse demasiado y aunque se sentaron juntos y tomaron algunas cervezas, él no estaba cómodo, se mostraba esquivo ni siquiera la miraba, definitivamente no era el mismo.
Martina comprendió de pronto que no le conocía, que en clase era otro, que no necesitaba decirle nada, aquel no era el mismo que se sentaba junto a ella. Sin embargo sus amigos eran muy simpáticos, en especial Fernando que sin ser tan guaperas resultaba de lo más atractivo, con esa cara de niño y esos ojos tan dulces.
Después de aquella primera” cita”, hubo otras, corrieron, comieron juntos, lo pasaban bien. Pero algo había cambiado. Martina había despertado. Lo que al principio era una loca carrera tras Arturo, poco a poco se había convertido en un agradable paseo junto a Fernando.
Encarna (marzo 2015)