Treinta minutos juntos

La tarde estaba muy fría, llovía y el tráfico era imposible. Pero mi amiga regresaba de Sevilla y pensé que sería buena idea ir a buscarla y darla una sorpresa.

No sabía a qué hora llegaba su tren. ‹ Antes de las diez, me dijo›. Aparque como pude y me dirigí a la estación. Estaba llena de gente que se movía de un lado para otro. Unos cargados de maletas, otros cargados de ilusión. Me quede mirando un instante el ir y venir de aquellas personas, y  por un momento desee formar parte de aquel trajín. Me gustaba aquel ambiente, aquel bullicio inconfundible, aquella sensación de encuentro.

Me acerque al mostrador de información y pregunte por la hora de llegada de AVE, procedente de Sevilla. La señorita que estaba tras el mostrador me miro y con gesto amable me contesto.

- El Ave llegará aproximadamente en una hora

- ¿Una hora? Le di las gracias y pensé que tendría que haber llamado desde casa. Ya no había remedio. Me tomaría un café y esperaría.

Pasé por el kiosco de prensa y compré una revista. Nada serio, algo que me mantuviera discretamente camuflada  mientras observaba el movimiento de la estación.

La cafetería estaba medio vacía, por lo que pude escoger una mesa desde la cual se veía todo el vestíbulo. Era perfecta.

En pocos minutos y sin saber porque, el local se llenó. Ni  una mesa quedo libre. Estaba ojeando la revista sin mucho interés,  cuando alce la vista y le vi. Quede impactada, no sabía ni quién era, ni cómo se llamaba, ni de dónde venía. Lo que si sabía es que acababa de enamorarme. Con la invisibilidad que proporciona el gentío, pude observarle con detalle. Llevaba una camisa blanca de algodón y unos vaqueros negros. En  una mano una pequeña bolsa de viaje, y en la otra lo que parecía una chaqueta de cuero marrón. Con paso decidido se acercó a la barra, lo que me permitió observar lo bien que le quedaban aquellos vaqueros. Se giró y por un momento nuestras miradas se cruzaron. Me  había descubierto  mirándole con descaro, y con paso decidido se acercó a la mesa donde estaba sentada. En ese momento no pude hacer otra cosa, que volver a las hojas de mi revista.

- ¿Te importa? – me dijo mientras señalaba la silla que tenía  en frente, la única vacía  en toda la estación  

Levanté la vista y por un instante y me  perdí en aquellos ojos oceánicos, nuestras caras estaban tan cerca,  que podía imaginar el roce se su piel con la mía,  y  pude sentir ese aroma tan agradable que flotaba a su alrededor

Sin esperar mi respuesta se sentó en aquella silla, que estando tan cerca sentí tan lejos.

Estaba en una nube, podría haberle dicho algo, pero mi voz desapareció. Mi corazón latía tan fuerte que temí que él pudiera escucharlo.

Durante los treinta minutos que compartimos mesa, no pronunciamos ni una sola palabra. Él l se enfrasco en una novela de Agatha Christie, y yo en  mi estúpida revista.

Cuando la megafonía anunció la llegada de los trenes, ambos nos levantamos y sin un adiós, nos despedimos.

Fueron treinta minutos,  pero aun hoy,  cuando regreso a la estación, lo recuerdo

 

                                              

Encarna  20/02/15