Nada será igual

Mi tren estaba entrando en la estación y ya empezaba a sentirme deprimida, el viaje había  sido largo, aburrido, y esa sensación de soledad de la gran ciudad se estaba apoderando de mi.

En el andén había un sinfín de personas, unas miraban con ilusión, otras sonreían,  incluso lloraban al ver a las personas que descendían del tren. Ojos impacientes,  miradas tiernas, inquietas, todas  escudriñando  cada rincón en busca de un familiar,  un amigo…

Lo mismo de siempre. El   bullicio peculiar de estas llegadas me transportaba a otros días en los que solo el hecho de coger el tren, suponía una experiencia maravillosa, aquellas excursiones dominicales y el tan esperado verano.

Hoy,  estaba sola, nadie me esperaba en aquella estación.

 Los viajes ocupaban todo o casi todo mi tiempo, y esta situación era lo mejor que me podía pasar. Ya no me quedaba nadie,  el trabajo era todo lo que tenía. El trabajo me salvaba.

 Tenía la confirmación de la reserva del hotel, la dirección y la seguridad de que mañana a las ocho en punto, alguien me esperaría en la recepción y comenzaría  mi trabajo. No tenía previsto estar más de tres días en la ciudad, suficiente. Y de nuevo,  otro tren,  otro destino, otro hotel y la misma rutina.

 Hoy  era diferente ya que después de veinte años volvía  a una ciudad casi olvidada. Fue aquí donde pasé parte de mi adolescencia, con más esquinas y tropiezos de los que hubiera deseado. Aquí fui dichosa y conocí buena gente, pero para mi desgracia ahora no sería capaz de reconocer ni las calles ni a las personas que me acompañaron entonces.

No me sentía muy bien, un “no sé que” me apretaba el pecho, sentía como si cientos de mariposas revolotearán en el interior de mi  estómago. La sensación ya la conocía. Siempre la misma sensación.

No había sido capaz de echar raíces,  ni de apegarme a nada ni a nadie. Sin  duda,  la vida que soñaba era eso,  solo un sueño.

La vida es un camino con muchos baches y aunque te digan lo contrario,  no eres tú quien decide cómo vivirla, es ella quien te lleva donde quiere. En  ocasiones te arroja contra un acantilado y  en otras  te acuna entre  dunas de cálida arena.

Poco a poco la estación se va despejando  y es cuando reparo en una silueta familiar que se acerca sonriendo .Tengo la sensación que es a mí a quien busca pero no soy capaz de reconocer aquellos rasgos; en el fondo de mi memoria hay alguien que nada  a mi lado y se ríe divertida.Hace un gesto con las manos y es al oír su voz cuando el pasado se mete en mis bolsillos.

― ¿Cómo estás? , ¿Has tenido un viaje agradable?

Sonrie , y su presencia me vuelve del revés….No soy capaz de articular palabra. Esos ojos azules, ese  pelo tan corto  y esa  sonrisa, me devuelve a esos años  en los que la amistad es lo primero… Cuántas cosas habíamos compartido.

 Es Diana, sigo sin reaccionar. Esto  es lo último que podía esperar. «  .Ella disfruta viéndome tan perdida».

― Después de todo, las cosas no han cambiado. Veo que como entonces te has quedado sin aliento.

De pronto me doy cuenta que apenas queda gente en el andén y hasta aquel momento no soy capaz de volver al presente.

― Diana, ¡qué sorpresa!

Nos abrazamos. Ella  había venido para rescatarme de aquella tristeza que comenzaba a devorarme.

Me acompañó al hotel y durante el trayecto hablamos reímos, me di cuenta que aquella complicidad de entonces aparecía  como si no hubiera pasado más que unos días.

Subimos a la habitación. Me sentía pegajosa del viaje, necesitaba una ducha y deshacerme de aquella sensación que me envolvía, después, iríamos a cenar.

Mientras tanto,  Diana  no paró de burlarse del poco equipaje que llevaba e incluso hizo chistes con mi ropa interior. No había cambiado, siempre tan alegre y divertida, con ella todo parecía una fiesta.

Tenía  razón el equipaje era mínimo, pero no pensaba quedarme más de un par  de días. El agua recorría mi cuerpo, haciéndome sentir mejor, la presencia de Diana había cambiado de forma radical mi estado de ánimo, este viaje no sería como los anteriores.

Al salir de la ducha me sorprendí.

Diana me tiende la toalla y  me envuelve con ella, me rodea con sus brazos y posa sus labios sobre mi cuello, al sentir aquella calidez un escalofrío me recorre por completo, intento escapar, más por temor  que porque la sensación no me gustara, pero sus brazo me tienen inmóvil, al notar mi intento afloja  su abrazo y me susurra al oído.

― Solo si tú quieres.

No me moví, sentía como  respiraba y su aliento me devolvía a un lejano verano en la que una situación parecida nos separó definitivamente, hoy  no saldría huyendo, tenerla tan cerca me hacía sentir algo desconocido o quizás olvidado, aquel verano, no supe,  no quise recibirla.

Diana  fue mi aliada, durante los años más difíciles, siempre estaba allí, apoyándome, dándome calor ¿y yo? ¿Qué había hecho?.

–Salir corriendo ―

Aquel verano me confesó que sentía algo muy especial, que me quería y que soñaba con cuidarme y hacerme feliz. Al oír  sus palabras un pánico incontrolable se apoderó de mí. No supe comprenderla, no la dije nada, a fin de cuentas yo  era la reina del silencio y me separé de ella sin   una sola palabra, desaparecí y destruí todos sus recuerdos. 

Hoy no saldría huyendo, no tenía miedo. Me sentía en casa, sus brazos me protegían, me acunaban. Con nadie más había sentido algo parecido.

Diana no decía nada, no podía ver su rostro pero la notaba detrás, paseando sus manos por la toalla. Tomándome por las caderas con un movimiento experto me hizo girar poniéndome frente a ella.

― ¿Qué me dices?

No pude contestar  ya que comencé a llorar mansamente. Diana besó mis ojos, me acunó tiernamente y me condujo a la cama.

El vértice de su lengua rozó mi oreja haciéndome temblar,  noté  sus dedos deslizándose por  mi cuello y su aliento calido  en la oreja. Sentí  un escalofrío por todo el cuerpo que termino directamente entre mis muslos.

Me agarró la barbilla y me volvió la cara delicadamente hacia la suya.

― ¿Dónde has estado todo este  tiempo?

 

 

Encarna (Octubre 2018)