Reencuentro

Cuando recibí  el e-mail. No podía creerlo.

«Ernesto »

 – Necesito verte- María

Escueta como siempre. Cuando abandoné el pueblo hace cinco años, manteníamos una relación  intensa. Ella  no pudo, no quiso venir conmigo. No pude entenderla, ni ella a mí. Intente convencerla, conservar lo nuestro, verla, traerla conmigo. Siempre se negó y ahora después de tanto tiempo quería verme. No faltaría a la cita.

-Nos vemos el sábado, en la cabaña- Ernesto.

Después de  casi cuatro horas de viaje,  llegué a la vieja cabaña  situada en lo alto de la colina. Todo estaba muy cambiado, lo que antes era una pradera salpicada de encinas, ahora era un gran parking sembrado de coches. La vieja cabaña se había convertido en una moderna cafetería.

Llegue pronto, la tarde estaba muy agradable. Decidí dar un paseo y acercarme al mirador. Desde allí  se podía ver todo el pueblo. La ladera  salpicada de viñedos, los caminos de tierra serpenteando inquietos, dibujando garabatos imaginados  por la mano de un niño.  Los campos de trigo, agitados por el suave viento, se movían como un mar dorado, recreando olas imaginarias y espumas imposibles. La  iglesia, orgullosa de su campanario, hoy  se veía  abandonada y muda. El sol  moribundo teñía  los viejos tejados, tapizados por  líquenes ya descoloridos por otros soles. Fachadas de piedra, pretéritas, frescas a todas horas, algunas moribundas, abandonadas a su suerte. Y abrazando el valle, el río que  desconcertado e indeciso,  desaparecía  entre los huertos para descansar en la laguna.

Tan perdido estaba en mis pensamientos que no me di cuenta de que no estaba solo. Me sobresalte cuando oí a mi espalda.

- Sabía que estarías aquí.

 Al girarme la vi. Era María, mirándome con esos ojos frescos como la hierba en abril y  su pelo color miel. Al verla recordé su alegría, sus manos que volaban de aquí para allá, como mariposas nerviosas, oponiéndose al gesto tranquilo de su rostro. Quise abrazarla y al hacerlo  descubrí que tras ella se escondía   un niño, asomándose tímidamente para ver a aquel desconocido. Tenía los ojos de María y un  hoyuelo en la barbilla  muy familiar. La mire desconcertado y  comprendí.

                                                               Encarna

                                                                              27/03/15