No todo cambia

Aurora condujo su coche por aquel camino, tan familiar y tantas veces recorrido. Iba pensando en los  días de verano, cuando recorría  aquel mismo tramo en su bicicleta azul. Su abuela solía esperarla, sentada bajo la vieja encina que plantó su padre. Entre sus manos siempre  una labor.

Un  verano,  bordaba un mantel blanco salpicado de diminutas flores de color violeta. Junto a ella un cesto de mimbre, lleno de bobinas de hilo, agujas de ganchillo, retales de diferentes telas y colores, y un sinfín de pequeños tesoros que encendían su curiosidad. Cuando la abuela oía el traqueteo de la bicicleta, levantaba la vista y siempre  decía.

-Ve más despacio-.

Después dejaba con cuidado su labor sobre aquel cesto, y se dirigía a la cocina, donde preparaba  aquellas meriendas dulces que tomaban juntas.

Hoy su abuela la esperaría dentro. Sentada frente a la misma mesa donde merendaban. En la misma cocina de entonces, ya no bordaba ni preparaba dulces, Aurora sabía que ahora ni siquiera la conocería.

 

                                               Encarna

                                                           27/02/15